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EL ADEPTO Y EL DISCÍPULO

J. Krishnamurti hizo la sorprendente declaración: “Los gurús destruyen a los discípulos, y los discípulos destruyen a los gurús.”  Algunos tomaron esto como un chiste, otros quedaron perplejos.  Sin embargo, de acuerdo con la tradición en muchos países, entre el verdadero Maestro espiritual y el discípulo serio hay un lazo muy estrecho ¾ más estrecho del que hay entre un padre amoroso y un hijo dedicado.  Esta relación se pone a prueba durante un cierto número de años durante los cuales el discípulo es observado por el Maestro y, si se considera apto, se le permite el gran privilegio de una conexión interna más estrecha.  Por tanto, ¿qué es lo que debemos comprender de esto, especialmente en una época en que proliferan gurús, “madres” se han visto después, y toda clase de gentes afirman que son maestros?

 Estamos usando aquí la palabra “adepto” y no “gurú”, porque un gurú es un maestro en cualquier campo ¾ música o electrónica, gimnasia o escrituras.  Pero un Adepto no es esa clase de maestro en asuntos seculares y profanos.  La palabra “adepto” se refiere a una persona que es altamente diestra ¾ un experto, no en artes y oficios ordinarios, filosofía o ciencia, sino en el arte de vivir y en la ciencia de la vida.  Los dos están estrechamente conectados, porque es sólo aprendiendo el arte de vivir que un aspirante encuentra que el velo es quitado de sus ojos y es capaz de conocer los secretos y maravillas de la vida.

 Para practicar el arte de vivir ciertas cualidades esenciales, ordinariamente asociadas con las artes, deben llegar a ser parte de la vida diaria ¾ belleza, armonía, un sentido de proporción, y así sucesivamente.  Muchas personas acuden a los así llamados gurús porque desean algo ¾ una muleta, beneficios espirituales, bendiciones, alivio para las presiones de la vida, de los problemas del mundo de los negocios o de la angustia causada por enfermedad.  Los discípulos creen que si pagan suficiente, agradan al gurú y acatan su voluntad, avanzan espiritualmente.  La actitud servil de los discípulos ayuda a destruir a los gurús, haciéndolos sentirse superiores y poderosos.  Los gurús explotan a los discípulos con ofertas de recompensas espirituales, mientras ellos reciben regalos materiales como aviones privados, automóviles lujosos y residencias, y otras comodidades.

 El Adepto real es totalmente diferente.  Vive en un mundo diferente en donde estas satisfacciones materiales o sicológicas no tienen lugar o relevancia.  Los Adeptos dicen, “Venid de vuestro mundo al nuestro”.  Su mundo puede no ser geográficamente diferente al nuestro; no es necesario ir a los Himalayas o al Tibet para encontrar a un real Maestro espiritual.  Es el mundo de su conciencia el que es diferente, porque es un mundo de completa libertad del yo, un mundo de unidad y pureza, de sabiduría y amor.  Ellos dirigen una llamada al discípulo para que entren a un mundo vacío de ambiciones, crueldad, y conflictos que afligen la vida humana

 Fue un Adepto el que escribió, “La puerta está siempre abierta para el hombre recto que toca.”  Esta puerta no conduce a más satisfacciones, no hay ningunas riquezas al otro lado, ningunas posiciones que ocupar, ninguna condición social que alcanzar.  A través de esa puerta no podemos escapar de dificultades y tensiones, porque todas ellas son creadas por nosotros mismos; estamos generando la clase de fuerzas que resultan en las condiciones que encontramos difíciles.

 Entonces, ¿cuál es la persona que toca?  Tocar no es tan fácil, porque esto significa que debe haber verdadero ardor.  Ponemos muy poca atención a bien conocidos pero valiosos consejos, tales como, “No puedes servir a Dios y a Mammón al mismo tiempo”.  No podemos aferrarnos a este mundo y esperar entrar al mundo de los Adeptos o jugar un juego entre los dos.  Tocar es estar ansioso de aprender, tener entusiasmo, estar ardiente por encontrar sabiduría.  El discípulo debiera haber pensado acerca de por qué surge el sufrimiento, por qué somos incapaces de ser pacíficos, y otras cuestiones profundas, y después de sopesar tales asuntos debiéramos haber comprendido, por lo menos en alguna medida, cuáles valores son reales y cuáles son falsos.

 Así que no es el Maestro el que abre la puerta.  Ningún verdadero Adepto puede ser engañado o sobornado para abrir el camino hacia una dimensión espiritual más alta.  La puerta es abierta para el discípulo por sus propias acciones, por lo que piensa y siente hacia todos los seres vivientes en esta tierra.  Estas acciones liberan las energías para crear condiciones que son útiles.  El universo está gobernado por leyes inmutables que, a diferencia de las leyes hechas por los hombres, no pueden quebrantarse impunemente.  Hay leyes que los científicos conocen y otras de las cuales saben muy poco, pero que los Adeptos conocen plenamente.  Estas leyes son la misma base de la manifestación.  Se nos ha dicho que si las condiciones del universo se fueran a alterar aun en el mínimo grado, el universo cesaría de ser.  Hay un perfecto equilibrio de fuerzas que operan bajo las leyes del universo.  Como las cosas están sujetas a estas leyes universales, no hay ninguna opción para el buscador espiritual sino trabajar y crear condiciones benéficas para sí mismo.  Nadie más puede hacerlo por él.

 A diferencia de los falsos gurús, los verdaderos Adeptos dicen, “Llena las condiciones”.  Tales Maestros pueden parecer inflexibles, pero ciertamente son benefactores reales.  Los gurús que dicen, “Haz como quieras; tú serás favorecido por mi cuando seas mi devoto” están engañando a los discípulos.

 Oigamos las palabras de un Maestro que dijo, “Se puro y resuelto en el sendero de rectitud (como está establecido en nuestra reglas).  Se honesto e inegoísta; olvídate de ti mismo pero para recordar el bien de otras personas.”  El que sigue tal consejo atrae la atención de un Adepto.  Se nos ha dicho que cuando un Adepto iluminado mira a nuestro mundo, es oscuro y sombrío, pero aquí y allá una luz brilla de la conciencia de los que son puros e inegoístas, que olvidan sus propios intereses por el bien de los demás.  Los Adeptos han señalado repetidamente que la afinidad interna sola puede llevar a un aspirante cerca de ellos.  La rectitud y el inegoísmo son requisitos necesarios para alcanzar su puerta y tocar.

 ¿Cómo llego el Adepto a ser un experto?  No por lo que se ha llamado buena fortuna, pues ni la buena fortuna ni la mala fortuna existen en un universo gobernado por leyes inmutables.  El Adepto es “la rara florescencia de generaciones de buscadores”. Vida tras vida se ha empeñado en investigar el propósito y naturaleza de la vida.  La vida del Buda indica que en muchas encarnaciones luchó por encontrar la verdad, hizo sacrificios incluso de su propia vida, y entonces recibió la iluminación.  El espíritu de inquirir ¾ no de imitación o repetición ¾ es de máxima importancia, y por eso el Señor Buda enseño, “Se lámpara para ti mismo”.

 Para llegar a ser iluminado, uno debe prepararse para abandonar las “consideraciones prudentes del mundo” y seguir “el impulso interno” de su propia alma.  Habiendo trabajado duro, un Adepto llega a ver, sentir y vivir en la misma fuente de todas las verdades fundamentales.  Su conciencia es una con toda vida, de tal manera que conoce todas las cosas en su esencia y no necesita hacer ningún esfuerzo para distinguir entre lo real y lo irreal.  Por eso un verdadero Maestro nunca anima a los discípulos a perseguir sus deseos mundanos, ni les promete recompensas.  Tampoco el Adepto subyuga nunca a otro a su voluntad, como aquellos que huellan el sendero “de la izquierda”.

 Todo el río de la vida está fluyendo en una dirección ¾ a la que Krishnamurti llamó el “despertar de la inteligencia”.  La evolución es un desarrollo del organismo físico para permitir que las facultades de la conciencia florezcan en suprema inteligencia.  El Adepto, siendo plenamente consciente de este propósito, en ningún momento inutiliza la conciencia de un discípulo controlándolo o pidiéndole obediencia ciega.  Él guía, pero espera que cada persona actúe de acuerdo con lo que piensa que es recto, que sea responsable de sí mismo, que aprenda a través de errores si es necesario.  Así se desarrolla la inteligencia del discípulo y crece su poder de discernimiento.  Cesa de ser dependiente.  En los tempranos días de la Sociedad Teosófica un Adepto dijo: “Nosotros aconsejamos, pero nunca ordenamos”.  Todos aquellos que comprenden la naturaleza del progreso espiritual siguen ese ejemplo; discuten, señalan cosas, pero nunca dicen lo que otro debiera o no debiera hacer.  Uno de ellos escribió, “Chelas, por una idea equivocada de nuestro sistema, a menudo buscan y esperan órdenes, perdiendo precioso tiempo que debiera emplearse en el esfuerzo personal.”

 Un hecho muy importante que un discípulo debe aprender es que todo lo que recibe a modo de enseñanza, consejo, o conocimiento debe recibirse en custodia para el beneficio de otros seres humanos y criaturas vivientes.  Debemos dar en la medida que recibimos.  No podemos esperar hasta que estemos plenamente iluminados para compartir.  Cuanto tengamos en el presente debemos compartirlo. Como toda verdadera enseñanza es para el mundo en su totalidad, no hay lugar para orgullo o engreimiento personal en el sendero espiritual.  La afinidad con un Maestro que no tiene favoritos, y que incorpora amor sin límites, requiere algo de ese mismo espíritu en el discípulo, que debe buscar la verdad por su propio bien, no porque viene de “mi maestro”.  Como dijo un Adepto, “aprende a ser leal a la idea, más que a mi pobre ser.”  La única razón para esforzarse es el mejoramiento de la condición de la humanidad por la difusión de la verdad.

 ¿Cómo comienza una persona para entrenarse para ser un discípulo?  Ira, lujuria y engaño son los tres grandes venenos que deben ser eliminados de su naturaleza.  Un Maestro advierte, “Ten cuidado, entonces, de un espíritu sin caridad, porque crecerá como un lobo hambriento en tu sendero y devorará las mejores cualidades de tu naturaleza”.  No tratemos de encontrar lo que está mal en otra persona o abrigar sentimientos malsanos “incluso contra un enemigo o alguien que nos ha hecho daño”.  No juzguemos a otros.  Las normas en el mundo espiritual son diferentes de las que prevalecen en el mundo de los hombres corrientes.  “Un honrado limpiabotas es tan bueno como un honrado rey.”  Una persona espiritual mira a todos los seres con afecto, con comprensión, y con clara penetración en la totalidad de su pasado, presente y futuro.  Poco le importa el aspecto de la persona externa ¾ la ropa que usa y cosas por el estilo.  Lo que importa es la condición interna, cuan pura es.  “Un barrendero inmoral es superior y más disculpable que un emperador inmoral”, pues el pobre barrendero puede no haber tenido nunca  la oportunidad de aprender moralidad, pudo haber sido enseñado desde la infancia a robar para sobrevivir.  La vida del discípulo debe por supuesto ser de estricta moralidad, una “conquista diaria del yo”.  El egoísmo, que toma la forma de lujuria, se muestra como ira, y es el más serio impedimento para la comprensión de la verdad, debe desarraigarse.  “Quien conquista el yo es más grande que el que conquista miles en batalla.”  El Adepto ha conquistado el yo; el discípulo debe comprometerse en el mismo trabajo.k

 

Escuela de Teosofίa Krotona